A los que gobiernan les encanta dar premios.
Los alumnos más brillantes que finalizan la E.S.O. los conocen mejor que nadie sus profesores. Los más esforzados, los que han tenido que superar más dificultades y a pesar de todo han llegado al sobresaliente académico, los que han vencido circunstancias personales y vitales que merecen la pena ser divulgadas y reconocidas pueden ser propuestos por los centros en los que han crecido y se han formado en sus últimos años. Son muchos y merecen más que una foto y un diploma sólo para algunos.
Pero les encanta, más aún que dar premios, decidir a quién se los dan. No nos referimos a determinar a qué personas en concreto, sino a determinar quiénes se los merecen y quiénes no. Así que han terminado montando un tinglado de dieciocho tribunales tan contraproducente como caro para decidir qué alumnos los merecen. Demuestran de nuevo la desconfianza sobre la opinión de los profesores de materias que ellos consideran “duras” (matemáticas, lengua, idioma y tal) y el ninguneo a los profesores que educan a propósito de materias que desprecian. Qué lejos parecen los tiempos en los que un presidente autonómico proponía extender y ampliar la educación musical a todos los niveles.
